sábado, 14 de enero de 2012

Relato: "Tempus fugit" - Parte 1 de 4

Y finalmente llegó el momento que todos estaban esperando. Al igual que en un concierto de rock, los ponentes precedentes no eran sino meros teloneros del anciano que se disponía a subir las escaleras que conducían al escenario. Esta persona de pelo blanco y aún abundante a pesar de su respetable edad, era el plato fuerte de la velada del foro matemático que estaba teniendo lugar en el Fairmont Copley Plaza, al que servía de broche final.
El profesor McKinley no se encontraba entre el grupo de elegidos que cada cuatro años pueblan la lista de candidatos a ser galardonados con la medalla Fields, a pesar de lo cual no se podía negar que se trataba de un ponente de gran nivel para cerrar el acto. Era vox populi el flaco favor que sus escritos de juventud hicieron a una prometedora carrera en ciernes, habiendo llegado a ser señalado como el Euler de nuestros tiempos por sus más fieles seguidores. Posteriormente, su carrera se había desvanecido entre divagaciones sin un contenido lo suficientemente novedoso como para llamar la atención del mundo científico. No obstante, si Peter McKinley se encontraba hoy de pie tras un atril frente a no más de doscientas personas, era debido a su teoría más controvertida, la cual le había acompañado durante toda su vida académica aportándole un bagaje de sinsabores que habrían hecho desistir de la misma a una persona con menor autoestima. Éste, evidentemente, no era el caso del profesor. Él siempre defendió sus ideas sobre el particular, a costa de no ocupar el puesto que en justicia le correspondería entre sus colegas matemáticos.
—Estimados colegas —comenzó su alocución con cierta parsimonia, como si paladease cada una de las sílabas que surgían de sus cuerdas vocales—, ante todo quisiera dar las gracias al señor Wilson, gran amigo y compañero mío durante varios años en la universidad de esta ciudad, por contar conmigo para el cierre de este foro, el cual ya se ha convertido en toda una institución.
Tras estas breves palabras se tomó un pequeño descanso, como si necesitara coger carrerilla para lo que vendría a continuación. Sabía de la expectación que sus apariciones solían causar, sobre todo entre los jóvenes, que lo consideraban un icono, una luz que seguir entre el conformismo imperante entre los catedráticos de sus facultades
—Sé que muchos de ustedes esperan oír de mí referencias a esa teoría, la teoría podríamos decir. —Pareció esbozar una sonrisa— Más, mi intención hoy aquí no era otra que hablar de mis últimos trabajos, relacionados con el campo de la trigonometría en una geometría no euclídea, como todos ustedes deben saber.
El murmullo de desaprobación que siguió a la breve introducción del ponente fue creciendo entre el auditorio hasta transformarse en palabras audibles para todos los asistentes.
—¡No, profesor! ¡Háblenos de su teoría matricial! —se oyó por encima del murmullo.
Enseguida, otras voces se elevaron entre la masa para mostrar su coincidencia con la petición formulada. Un matemático estudioso de la teoría del caos podría decir bastante en relación a lo que estaba sucediendo en la sala de conferencias de aquel hotel.
—Está bien, está bien, un momento de silencio, por favor —el profesor trató de poner orden entre su audiencia.
Era claro que tenía predilección por hablar de la mencionada teoría, y se podría llegar a sospechar que todo aquello no era sino una forma de hacer que le pidieran que lo hiciera de un modo explícito. Realmente, el profesor quería evitar que se le considerara como alguien repetitivo y cansino, obsesionado con unas ideas no aceptadas por el núcleo duro de sus colegas. Ésta era su venganza, le halagaba que los jóvenes se sintieran identificados con él; le gustaba pensar que las nuevas generaciones podrían ser más abiertas de mente y tal vez, con los años, su controvertida teoría fuese aceptada popularmente.
—Ustedes ganan. Dejaré lo que tenía preparado para alguna otra de esas aburridas reuniones que los científicos chiflados solemos tener los sábados. —Aquellas palabras fueron recibidas con un gran aplauso por parte del auditorio, y por más de una sonrisa. Era innegable que aquel hombre tenía sentido del humor—. No quisiera aburrirles repitiendo todo el planteamiento de esa que se ha dado en llamar... mi Teoría Matricial, nombre algo desafortunado a mi entender, ya que es poco representativo de su contenido, y demasiado amplio y genérico. Supongo que si me han pedido que hablemos de esta teoría, ya deben conocerla, por lo cual les invito a convertir esto que iba a ser un mero monólogo, en un distendido diálogo entre ustedes, mis ilustres amigos, y mi humilde persona.
A la concurrencia pareció gustarle la propuesta del anciano, y no tardaron en aparecer manos levantadas, que pertenecían a otras tantas personas que solicitaban hacerse oír.
—Comencemos por usted, joven. Sí, usted, el de la quinta fila. —El profesor señaló a un chico que no podía tener más de veinte años. Su vestimenta le podría situar dentro de una pandilla de entusiastas del hip-hop, antes que entre los seguidores de las ecuaciones diferenciales—. Creo que es conveniente que le demos voz a la juventud, que al fin y al cabo, son los que nos van a quitar de en medio a los que como yo, peinamos canas desde antes de la aparición de los ordenadores personales. Les pido disculpas si tomo como referencia este hecho: hay quien prefiere tomar el nacimiento de un señor allá en Judea; yo por mi parte, me debo a la ciencia. —Era conocido por todos el agnosticismo militante del profesor, y él no tenía ningún tipo de problema en recordarlo cuando tenía ocasión.
—Profesor McKinley —la voz del joven sonaba con el respeto de una hormiga que se dirige a un elefante en la sabana africana—, me llamo Mick Connors, y soy estudiante de historia americana en la Universidad de Boston...
—¿Y qué está usted haciendo aquí? —el profesor cortó en seco a Mick, que no supo qué decir—. ¿No sabe usted que esta reunión es sólo para aquellos que han abandonado la realidad para abrazar la fe de los números?
El humor del profesor volvía a hacer acto de presencia, dando lugar a una carcajada generalizada. Para tranquilidad del estudiante interrumpido, no había sido más que una forma de restarle trascendentalismo a aquella charla, para tratar de traerla a un nivel más próximo.
—Verá, profesor... su teoría podría influir decisivamente en aquello que estudio, eso ya lo sabe usted; —ambos, interrogador e interpelado intercambiaron una sonrisa de complicidad—; en definitiva, mi pregunta viene a ser si considera realmente posible la aplicación de su teoría en la realidad. Muchas gracias. —El joven se volvió a sentar, dejando que McKinley retomase la palabra.
—Le remito a mi libro “Aplicaciones útiles de un engendro”, capítulo 3. Pienso que allí encontrará la respuesta. Y bien, ¿otra pregunta? —El público asistente quedó perplejo. No era esa la mejor forma de dar respuesta a la pregunta formulada—. No hombre, no... es broma. Con mucho gusto repetiré aquí lo que ya todos conocen, al menos todos aquellos que hayan abonado los veinte con cincuenta que cuesta mi libro, por lo menos la última vez que me tomé el interés de consultarlo en Amazon. La respuesta a su pregunta, apreciado señor Connors, es no, aunque me pese. Existe una simple forma de demostrarlo si seguimos esa ley que dice que “si algo puede suceder, ya ha sucedido”. El hecho de que no haya sucedido, nos indica a las claras que no puede suceder.
El argumento del profesor era de lo más peregrino, y él lo sabía. Le gustaba ponerse al nivel del pueblo llano, hacer llegar a los no iniciados de una forma lo más simple posible el mensaje que escondían sus enseñanzas.
—De todos modos, repetiré una vez más, a modo de síntesis, el fondo de mi teoría, y el por qué de mi afirmación de no poder ser trasladada a nuestro mundo físico de un modo conveniente.
Quien más quien menos ya conocía lo que el profesor se proponía exponer, aunque era algo nuevo para la mayoría de ellos el hecho de oírlo de viva voz de su creador. Era algo que valía la pena, y de lo que podrían jactarse en sus reuniones académicas.
—Partamos desde el origen de mi planteamiento. Básicamente, mi teoría muestra una forma de transformar un espacio n-dimensional en otro distinto mediante una aplicación matemática. Si consideramos que el mencionado espacio n-dimensional viene descrito por una matriz de rango n, como es lógico, yo afirmo que existen unas matrices de cambio, las cuales al ser aplicadas sobre la matriz original, dan lugar a una transformada que representa a un espacio de n dimensiones diferente al original. No obstante, la transformación realizada permite el retorno al estado original de un modo simple, mediante la aplicación sobre la matriz transformada empleando las inversas de las matrices de cambio. Me podrán decir que no he inventado nada nuevo con esto, y estarían en lo cierto, de no ser por las peculiares características que ofrecen las matrices de cambio empleadas, y el método algorítmico empleado para su obtención. En fin, con esto tan sólo he pretendido dar una ligera idea del trasfondo matemático del asunto; permítanme que no profundice más allá sobre el particular y me centre en su aplicación física. Hay quienes afirman que la matemática teórica pura no tiene razón de ser si no es a través de su aplicación en la física. Hay quienes van más allá, y dicen que la física teórica no tiene sentido si no es de aplicación a la realidad... la mayoría de ellos ingenieros. —Las sonrisas brotaron nuevamente en la sala—. Yo no comparto el modo de pensar de unos y otros, pero coincido con ellos en la existencia de una cadena, la cual une a los tres mundos. Es precisamente la imperfección de aquella la que haría imposible la aplicación de mi teoría al mundo real, no así al mundo físico.

Fin de la primera parte. Continuará.

2 comentarios:

  1. esta historia promete!!!!
    vendré de nuevo por las siguientes partes

    SALUDOS!

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  2. Muchas gracias, especialmente teniendo en cuenta que el relato no es micro que digamos, y requiere su dedicación para leerlo.
    Saludos

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