jueves, 19 de enero de 2012

Relato: "Tempus fugit" - Parte 3 de 4

Continuación del relato. Enlace a la segunda parte.


La intervención del profesor McKinley había sido todo un éxito entre la concurrencia, la cual había quedado muy satisfecha con lo expuesto, y por qué no decirlo, con la posterior invitación a cargo de los organizadores del foro, que tuvo lugar en una sala anexa. Tras haber saciado su sed de conocimiento, todos pudieron saciar allí su sed de bebidas de alta graduación, y probar alguno de esos canapés que tan buena fama tenían. Se decía que había quien había asistido al evento tan sólo por esta parte del acontecimiento. Por supuesto no eran más que las típicas bromas que circulan en toda reunión, ya que todos los presentes estaban realmente interesados por todo lo expuesto, y de alguna u otra forma, guardaban algún tipo de relación con el mundo universitario o científico.
John Straw no había perdido la ocasión de entablar conversación con cuantos pudo, pasando de un grupo a otro, anotando mentalmente cuantos datos podía para dar forma así a un artículo interesante y documentado. No se molestaba en ocultar su desconocimiento del mundo matemático, y siempre pedía que le explicaran todo como si fuera un novato en la materia, cosa que por supuesto era.
Tras dos horas de tragos gratuitos eran pocos los que aún permanecían en el lugar. La una de la noche era buen momento para estar en casa y haber cenado con la familia. El reportero echó un vistazo a su alrededor para cerciorarse de que no le quedaba ya nada que hacer allí, cuando reparó en una figura apoyada en la barra del salón. Ocupaba un taburete giratorio, y jugueteaba con un largo vaso de tubo que debía contener alguna combinación de whisky con refresco, a juzgar por el color.
—¡Profesor! ¿Aún está usted por aquí? No le he visto durante toda la velada —le dijo el periodista al profesor McKinley, pues él era la persona sentada frente a la barra.
—¿Le conozco? —El profesor se giró lentamente, y escudriñó el rostro de John, con el aspecto de alguien que nunca ha visto a la persona que tiene enfrente.
—Soy John Straw, profesor, del Boston Herald. Le hice algunas preguntas durante su intervención, ¿no me recuerda? —respondió el periodista, que aún se estaba recuperando de la bofetada que el aliento del profesor le había propinado. McKinley parecía haber ingerido una destilería entera, a decir por el olor a alcohol que emanaba de su interior.
—John Straw... John Straw... ¡hombre!... ¿no será usted el famoso John Straw del Boston Herald? —La pregunta era absurda, pero lógica viniendo de alguien en aquel estado de embriaguez.
—El mismo. ¿Lleva usted mucho tiempo aquí, solo en la barra? Si quiere le puedo acompañar... ¡chico! —John llamó al camarero situado tras la barra—. Ponme lo mismo que está bebiendo el profesor.
—¡No, no! Ponle otro vaso. Este es mío —El camarero ignoró el absurdo comentario de aquella persona de mediana estatura que ocupaba un asiento en la barra.
—Profesor, sabe usted... me ha parecido muy interesante todo lo que ha dicho esta noche... siento de veras que no se pueda llevar a la práctica. ¡Lo que me iba a ahorrar en gasolina! —Straw pensó haber hecho un comentario gracioso, pero la cara con la que le miró McKinley no reflejaba ningún tipo de emoción.
—Tenga cuidado con lo que desea... ya sabe lo que dicen —dijo el profesor mientras apuraba su vaso—. Póngame otro, por favor. Pero esta vez póngale hielo.
La cara del camarero era un poema. ¿Qué pensaba que eran los cubos de agua fría y sólida que habían flotado en su vaso hasta el momento en que agotó su oscuro contenido? Sólo deseaba que el nuevo ocupante de la barra tuviera dos dedos de frente y se llevara con él a semejante individuo.
—No sé por qué tanto afán en llevar todo hasta el fin... ¿Qué paso con Hiroshima? ¿Es que no tenemos memoria histórica? —se preguntó el anciano en voz alta.
Parecía estar en mitad de una paranoia provocada por los grupos OH. De repente estalló en una sonora carcajada que casi acaba con él en el suelo. El periodista le tuvo que sujetar con fuerza para evitar algo que hubiera sido del agrado del joven camarero.
—Memoria histórica... ¡ja, ja ja!... tiene gracia, ¿eh?.... memoria histórica... ¡patrañas! —De pronto, el hasta entonces tranquilo profesor se transformó en un ser iracundo— ¡Ya les advertí, se lo dije! ¿Por qué nunca escuchan? Sí, Alfred, tienes razón... pero... ¿qué podíamos hacer? ¿No tiene el mundo derecho a conocer la verdad?... no... hemos de ocultarlo todo... es malo para todos... malo para... ¡es malo para usted! —El dedo del profesor señaló al periodista, llegando a tocar la punta de su nariz.
Tras este arrebato de furia, las aguas volvieron a su cauce, pero John Straw había vuelto a ver picada su curiosidad, y se propuso sacar algo más de la bodega viviente que se sentaba a su lado.
—¿A qué se refiere, señor McKinley, tiene algo que contarme? —John intentó no parecer demasiado interesado, para evitar una posible negativa por parte de su interlocutor.
—¿Yo... a usted? ¿Quién es?... ¡ah, sí! El señor John importante. Sí, usted es. Sin duda. ¿Quiere que le cuente la verdad, toda la verdad, y nada más que.... cómo seguía esto?
—Nada más que la verdad, profesor.
—Eso, eso, nada más que la verdad. ¡Soy un mentiroso! Siiii señor... un mentirosillo, un gran y absoluto... y despreciable... contador de cosas que no son verdad... del todo. Son mentira, eso es. M-E-N-T-I-R-A-S. ¿Me entiende?
—¿De qué mentiras me habla?
—¿Recuerda su pregunta? —El rostro del anciano había vuelto a adquirir esa expresión picarona.
—Mmm..... ¿cuál de ellas? —John se esforzó en hacer memoria.
—Amigo, puedo decirle que ya se ha hecho —el énfasis que puso el profesor en el adverbio de tiempo vino acompañado de un apretón en el hombro del periodista
—¿Cómo que ya se ha hecho, el qué se ha hecho? —John Straw comenzaba a sentirse realmente intrigado, y pensó que aquello podría valer mucho más que todas sus anotaciones previas.
—Le digo que mi teoría ha resultado ser todo un éxito, bueno... con las limitaciones que ya supuse, esas mismas que han sido ignoradas una y otra vez. —El profesor notó la sorpresa de su acompañante—. ¿Le sorprende? Bueno, supongo que es normal. Al fin y al cabo muy pocos conocen... conocemos la verdad.
—¡¿Me está usted diciendo, profesor Peter McKinley, que su teoría matricial ha sido llevada a la práctica con éxito?, ¿que se han realizado teleportaciones.... y viajes en el tiempo?!
—Bueno, no exactamente. El tema de la teleportación presenta una complejidad superior, en contra de lo que se pueda pensar. Tenga en cuenta que estamos hablando de modificar tres dimensiones, mientras que en el caso de los desplazamientos temporales hablamos tan sólo de una. Son estos últimos los que sí han tenido lugar, muy a mi pesar.
—Me deja usted de piedra. Pero... ¿cómo....y cuándo? Explíquemelo, por favor.
El periodista se encontraba realmente nervioso. Se encontraba ante la que podía ser la noticia más importante de la historia, y era la única persona con acceso a ella en aquel momento. Sabía que en ese instante se podía estar fraguando un salto cualitativo en su carrera, hasta el momento no excesivamente brillante.
—Todo comenzó tras nuestra retirada de la guerra... —el anciano hablaba como alguien que se estuviera liberando de una pesada losa, la cual ha tenido que soportar largo tiempo.
—¿Habla usted de Vietnam? —El periodista necesitaba ir siempre dos pasos por delante de la historia.
—¿Vietnam?... mmm…Vietnam… ¡No, no, hombre!. Me refiero a la gran Guerra, a la segunda Guerra mundial, ya sabe…
—¿De qué retirada habla entonces? Que yo sepa, no nos retiramos, simplemente la ganamos. —John comenzó a madurar la idea de que tal vez todo aquello no fuera más que el efecto del alcohol ingerido por el profesor.
—Eso vendría después... déjeme que le cuente. Para los Estados Unidos, el hecho de tener dos frentes abiertos, uno en Europa, y otro en el Pacífico, resultó excesivo, incluso para su gran potencial militar. Nuestros enemigos tenían algo de lo que nosotros carecíamos: Un guía espiritual. Sí, piénselo... ese dictador, con sus locos ideales arios de superioridad era alguien que sabía motivar a sus hombres; y luchar por un emperador, eso no es comparable con luchar bajo el mando de alguien que simplemente ha sido elegido mediante unas papeletas; tenían lo que a nosotros nos faltaba. El hecho es que finalmente no pudimos sostener la lucha durante más tiempo, y tuvimos que ceder Europa a Hitler, y contentarnos con mantener algunos de nuestros territorios en el Pacífico, dejando vía libre al expansionismo imperialista japonés. De este modo, al acabar la guerra en el 46...
—¿Cómo en el 46? ¿No fue en 1945? —John no sabía que pensar.
—No, no, eso vendría después, no se impaciente. Como le decía, la guerra terminó en el 46, dejando Europa occidental en manos de Hitler, Europa oriental bajo el comunismo de los soviéticos, y el dominio japonés sobre oriente. En esta situación, nuestro país tenía poco que hacer, aparte de intentar mantener su independencia, lo cual conseguimos a duras penas.
El profesor apartó su vaso. Para contar la verdad necesitaba un mínimo de lucidez; demasiados datos agolpados en una mente largo tiempo censurada.
—Por suerte sucedió lo de Rosswell. Aquello iba a cambiar las cosas... y ya creo que lo hizo.
—¿Afirma usted que el mito de Rosswell... es una realidad? ¿Me está diciendo que una nave alienígena se estrelló en el desierto de Nuevo Méjico? —Al periodista le parecía que el profesor estaba empezando a enredarse, mezclando temas que nada tenían que ver, lo cual no impedía que siguiera insistiendo sobre McKinley para que éste prosiguiera su increíble relato.
—Lo afirmo con rotundidad... con toda la rotundidad de alguien que la ha visto. Su tecnología nos superaba con creces. Lo cierto es que aún hoy no hemos sido capaces de descifrar más que una ínfima parte de lo que supuso ese hallazgo, pero bastó con eso. El propulsor de aquel aparato se podría definir como un... como una especie de reactor nuclear en miniatura, el cual dio paso al comienzo del programa nuclear de los Estados Unidos.
—¿Pero de qué está hablando? ¿Dónde deja Hiroshima y Nagasaki?, ¿se olvida de todo eso? —John estaba seguro de hallarse ante los desvaríos de alguien que no soportaba la bebida más allá del tercer vaso de whisky.
—Eso, amigo mío, vendría después... o antes, según se vea, je, je, je —Al profesor le divertían los sobresaltos del periodista y su incredulidad —. No, no... verá usted... antes de Rosswell no se disponía de la tecnología necesaria para desarrollar las teorías atómicas ya expuestas por mis colegas. Fue trabajando sobre el reactor del aparato como se llegó a dominar la energía nuclear, y así se pudo fabricar la primera bomba atómica. Por suerte para nosotros, nuestros enemigos no contaban con esta ayuda llegada de las estrellas. Es cierto que estaban desarrollando su propio programa atómico, pero sin un pequeño empujón como el que nosotros habíamos recibido, no tenían nada que hacer. De todos modos, lo más importante viene ahora: la nave capturada no se desplazaba de un modo lineal, como lo hacemos nosotros en la Tierra. Lo hacía a saltos, gracias a lo que se podría llamar... un sistema de teleportación. Ahí fue donde entré yo en escena. Mi teoría ya era conocida, y rechazada, por supuesto, pero ante la evidencia física de que una civilización distinta a la nuestra había conseguido plasmarla en algo real, los peces gordos de nuestro gobierno pensaron que tal vez con mi ayuda podríamos conseguir sacar algo de todo esto.
—Y por supuesto lo consiguió, según me dice —puntualizó el periodista.
—Tiene usted más razón que un santo. No obstante, frente a la miniaturización del propulsor alienígena, en nuestro caso tuvimos que hacerlo un poco más... a lo grande, ¿sabe usted? Buscamos el lugar más apartado que pudimos encontrar.

Fin de la tercera parte. Finalizará.

Deja tu Enarmonia

Publicar un comentario

Gracias por tus pensamientos



Subir