viernes, 20 de enero de 2012

Relato: "Tempus fugit" - Parte 4 de 4

Continuación del relato. Enlace a la tercera parte.

—El área 51, imagino —de nuevo su ansia por adelantarse hizo intervenir al periodista.
—Pues supone usted mal. ¿Ha oído hablar del agujero de la capa de ozono?
—Quién no —respondió el reportero mientras se encogía de hombros.
—Olvide todo lo que ha oído decir al respecto. El agujero fue creado por mi... por mi máquina, por así llamarla. Se trata de un efecto colateral derivado del empleo de la misma. ¡Ah, bueno, se me olvidaba decirle que el sitio alejado que le comentaba no era otro que la Antártida!
—Entiendo. De ahí que el agujero se concentre sobre aquella zona.
—Exacto. ¿No es sorprendente la existencia de un pacto para tratar de dejar aquel continente como una tierra relativamente virgen? Que raro, ¿no? ¡Pues no! ¿Cree usted que a nuestro gobierno le interesa que nadie husmee por allí? ¿Qué mejor que camuflar la verdad bajo un supuesto interés ecológico?
—Ciertamente brillante... —John Straw comenzaba a encontrar cierta lógica en todo aquello.
—El hecho es que tras largos años de investigación, finalmente conseguimos nuestro objetivo. Disponíamos de... bueno, una máquina de desplazamiento temporal... del tamaño del estado de Tejas.
—¿Una máquina del tamaño de Tejas? ¿Es eso posible? —La cara del periodista era un poema. Su mandíbula se iba a desencajar de tanto abrir la boca en señal de sorpresa.
—Lo es, doy fe. No me pregunte cuánto se invirtió en aquello. De todas formas, el dinero no era un problema, teniendo en cuenta el plan que se había trazado. Si tenía éxito, se recuperaría mucho mas que dinero; se recuperaría el poder.
—¿En qué consistía ese plan? —preguntó el periodista, volcado sobre el profesor.
—Muy simple. Se decidió retornar el mundo al año 1940, y con la tecnología de que ahora disponíamos, ganar la guerra. Lo demás es historia... quiero decir que ya sabe cómo acaba: Hiroshima, Nagasaki, la caída del nazismo... y el imperialismo norteamericano.
—Cuando usted dice “retornar al mundo al 40”, ¿a qué se refiere, me lo puede explicar de un modo más claro?
—Verá... se trataba simplemente de realizar una transformación en la componente temporal de nuestro universo, si bien el alcance de nuestra técnica llegaba poco más allá de cien kilómetros de la superficie terrestre. Quiero decir que el resto del universo siguió su rumbo temporal continuo, mientras nosotros volvíamos atrás unos veinte años. Realmente, no debería incluirme en ese nosotros, ya que existe una zona de unos cincuenta kilómetros en torno a la máquina, la cual permanece inmutable en un sentido temporal. Todo el que permanece dentro de dicha zona, como fue mi caso en aquella ocasión, no experimenta el cambio temporal. Se podría decir que el efecto se nota en una burbuja en forma de cardioide, dejando inalterado su exterior.
—Entiendo, entiendo. Así pues, los que se quedaron en la zona inmutable, por llamarla de alguna forma, fueron y entregaron la nueva tecnología a los científicos del año 42, los cuales desarrollaron las bombas atómicas, y así se ganó la guerra.
—No sólo con eso. Tenga en cuenta que conocíamos de primera mano muchas de las estrategias que nuestros enemigos iban a seguir en un futuro. Ese fue quizá el factor fundamental, más que el hecho atómico.
—Pero... si mal no recuerdo, usted dijo en su intervención de esta noche que era imposible volver al momento exacto del tiempo que deseamos.
—Eso no es del todo exacto. Yo me refería a la imposibilidad de volver al mismo Universo o realidad, por así llamarlo. De hecho, el mundo que nos encontramos en este segundo año 1942 no era exactamente el nuestro. Todo había sufrido variaciones de orden infinitesimal, pero desde un punto de visto estricto, nada era ya lo mismo. Supongo que está familiarizado con el cambio climático y todo lo que representa...
—Sí, estoy al tanto de lo que se cuece. Nos estamos cargando el planeta poco a poco.
—Lo que usted no sabe es que el mayor factor desencadenante del fenómeno han sido las sucesivas transformaciones llevadas a cabo por orden de nuestro gobierno. Cada vez que se ha producido una transformación temporal, hemos cambiado todas las características de lo que nos rodea. ¿No es curiosa la aparición de un virus como el SIDA así, de la noche a la mañana? Estoy convencido de que se trató de una mutación provocada por nuestras acciones, a partir de algún virus inocuo para la raza humana. Le aseguro que sin nuestra inestimable colaboración, otro gallo nos cantaría.
—Ha dicho usted sucesivas transformaciones, ¿acaso han vuelto a emplear su... máquina? —El periodista esperaba recibir una respuesta afirmativa.
—Je, je, je, no se le escapa una; me gusta. Los efectos que el empleo... yo mas bien diría la mala utilización de mis descubrimientos ha traído consigo van más allá de lo usted pueda imaginar. Supongo que conoce el caso JFK, todo lo que se habló al respecto...
—¿Qué relación guarda el asesinato del presidente Kennedy con todo esto?
Este era un punto especialmente delicado para los americanos. El asesinato de un presidente no es algo para lo que estuvieran preparados, y aún hoy era un tema que despertaba la polémica.
—El presidente Kennedy no estaba de acuerdo con el empleo de la regresión temporal, idea compartida por más de uno, entre los cuales me incluyo. La decisión lógica fue eliminarlo de la ecuación.
—Ya no me extraña nada, visto lo visto, pero todo esto me plantea una duda: cuando usted permaneció en la zona no afectada por la primera regresión temporal, apareció en el año 1942, donde ya debía haber otro profesor McKinley, el que correspondía a aquel año. ¿No es esto algún tipo de paradoja temporal?
—Es usted perspicaz, amigo John. Podría pensarse que estábamos violando aquella máxima que afirma que “la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”. El hecho de que en 1942 existiera el doble de masa de mi persona, que al fin y al cabo no es más que una forma de energía, requirió la absorción de la cantidad de ésta equivalente a mi masa corporal por parte de la máquina antártica. Como verá, no se puede violar una ley de la naturaleza. De todos modos, el nivel de energía que es necesario consumir para llevar a cabo un salto temporal es de tal magnitud, que estos son más escasos de lo que al gobierno le hubiera gustado. Además, esta energía crece cuadráticamente con el lapso de tiempo que se quiera saltar. Por cierto, y contestando a su pregunta, el procedimiento habitual es la eliminación del ocupante original del periodo temporal de destino.
—Eso suena un poco a galimatías, si me lo repite de una forma más...
—Quiero decir que a mi yo del 42 se le eliminó, y yo pasé a ocupar su lugar.
—¿No es ese un procedimiento un poco radical? Y digo yo... si mataron a su yo del pasado, ¿no debió morir usted al unísono en el futuro?
—El continuo espacio-tiempo no es simple de asimilar, lo sé. Pero aquí me tiene, vivito y coleando después de la eliminación de dos de mis iguales en dos momentos temporales distintos. —El profesor esbozó una amplia sonrisa.
—¿Y qué otros saltos temporales se han dado?
—Es difícil de aceptar que la maquinaria bélica norteamericana fuera derrotada en Vietnam, ¿cierto? Realmente, vencimos allí.
—¿y volvieron atrás, habiendo vencido? Eso no lo entiendo.
—Verá usted... el hecho de emplear armas nucleares nuevamente tuvo consecuencias muy negativas para nuestros negocios. Los países occidentales nos bloquearon económicamente. —El profesor se mesaba los cabellos mientras decía esto.
—¿Arrojaron una bomba nuclear sobre Vietnam?
—Alguna más... Fue una mala decisión, sin duda, pero era la única forma de derrotar a un pueblo tan magnífico. Finalmente se decidió que perder esa guerra nos depararía menos problemas que ganarla de ese modo. Por otro lado, se pensó que mostraría un lado más humano de nosotros los americanos, al mostrar cierta vulnerabilidad.
—Déjeme adivinar: apuesto a que también tuvieron algo que ver en la caída del comunismo, y del muro. —El periodista se mostraba orgulloso de su perspicacia.
—Se equivoca usted por completo. Cayeron solos, sin ningún tipo de ayuda por nuestra parte. Al menos, ayuda del tipo de la que estamos hablando —las palabras del anciano parecieron ocultar un doble significado.
—Lo que no acabo de entender es... ¿por qué no hicieron algo con las torres gemelas? ¿No podían haberlo evitado?
—Piense de un modo más global. Fue la excusa perfecta para acabar con el régimen talibán, y posteriormente acabar con Saddam Hussein. Triste, pero cierto. En cierto modo me alegro de que no hicieran nada, porque no sé cuántos más de estos saltos podrá soportar nuestro ya de por sí saturado planeta. ¿Sabe que colaboramos al incremento de los casos de cáncer? —El profesor pareció mirar al infinito.
—Después de lo del SIDA, no me sorprende lo más mínimo.
—Respecto al caso de Irak, sólo comentarle que ha sido la última vez que se ha empleado la técnica temporal.
—¿No había dicho que no se hizo nada? —replicó John.
—Nada respecto a las torres gemelas. En el caso de Irak, tras su empleo de armas biológicas se decidió que lo mejor era retroceder y realizar un ataque preventivo. Para evitar suspicacias, las armas se hicieron desaparecer, aunque eso haya dado lugar a la polémica actual sobre su supuesta no existencia. ¿No le parece cómico?
—Es triste, eso me parece. —respondió John mientras apuraba su vaso.
—Creo que ya he hablado demasiado esta noche. Dicen que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad, y es cierto. —El profesor había recobrado algo de su perdida lucidez—. Quisiera pedirle que olvidara todo lo que le he contado, por su bien. —El profesor tomó la mano del periodista al decir esto.
—¿Es una amenaza? —John Straw se apartó un poco del profesor.
—No por mi parte, yo soy pacifista. Pero lo que le he contado hoy puede traer graves repercusiones y... —el profesor calló en seco.
—¿Qué le ocurre, profesor?
—¿No nota usted algo raro en sus oídos.... como si los tuviera taponados? —El rostro del profesor mostraba una honda preocupación.
—Pues ahora que lo dice... ¡sí! ¿Cómo lo ha sabido?
—Me lo temía. Usted se proponía publicar nuestra conversación, gran error...
—Por supuesto que voy a publicarlo. No se si será cierto o no, pero me parece una historia que interesará a mis lectores.
—Ya no lo hará, se lo aseguro. Hay algo que no le he contado. El empleo de la gigantesca máquina temporal tiene un efecto secundario sobre las personas a nivel global: se les taponan lo oídos debido a un cambio de presión inherente al proceso.
—¿Está diciendo usted... que la están usando?
—Supongo que las consecuencias provocadas por la publicación de su artículo no serían del agrado de nuestro gobierno. Ya le dije que no era una buena idea publicarlo.
—¿Y qué pasará ahora? —El rostro del periodista mostraba signos de un pánico que no hacía por disimular.
—La pregunta es: ¿qué pasó tal día como hoy, hace unas horas, dentro de un momento? No se preocupe, ya estamos en camino.


Este relato fue distinguido con una mención de honor en el I Premio Andromeda de Ficción especulativa en su modalidad de relato.

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